#Atletismo El atleta de los 25.000 kilómetros impulsado por una ilusión, difundir la lengua de señas.
(Por La Nación)
Ésta es la historia de una conjunción de casualidades, de cómo el traqueteo de un tren rumbo a Italia y una embarazada que contrajo rubeola confluyeron para que medio siglo más tarde Juan Pablo Savonitti corriera desde Ushuaia con la convicción de llegar tres años después hasta Alaska, cubriendo cerca de 25.000 kilómetros, casi unas 600 maratones.
Pero la casualidad también lo dejó varado en Arica, Chile, a un día de trote de la frontera con Perú y con el mundo inmovilizado por el coronavirus. Vamos a desandar esta historia, que nace en Europa antes de la Segunda Guerra Mundial y atraviesa toda América con destino incierto.
Transcurría 1933 y Benito Mussolini lograba que se firmara el Pacto de las Cuatro Potencias con Alemania, Gran Bretaña y Francia. Mientras Gianni Savonitti unía Francia con Italia en tren, un sobresalto en la vía descolgó una valija de metal del buche del vagón y la caída libre quiso que impactara justo sobre la cabeza de Gianni; producto de ese golpe, quedó sordo. Tenía apenas dos meses de vida.
Del otro lado el Océano Atlántico, en la Argentina, Hebe Sarah Rivero estaba embarazada cuando fue contagiada de rubeola. Cuatro meses más tarde nació Silvia y en las primeras consultas médicas descubrieron que la enfermedad había dejado sus secuelas en la beba: sería hipoacúsica.
Estos dos sucesos aleatorios posibilitaron que en 1975 Gianni y Silvia se conocieran mediante la lengua de señas. Y bastante más que conocerse: ese mismo año se casaron y luego nacerían Verónica, Mariana y, en 1982, Juan Pablo Savonitti. "Era un chico normal", recuerda Silvia. "De adolescente parecía que iba a ser oficinista, o quizá médico. Pero jamás pensé que iba a terminar haciendo lo que hizo".
Juan Pablo, al igual que sus hermanas, no tuvo problemas auditivos, ya que la enfermedad de sus padres no era genética. "La gente, cuando se entera lo que hace mi hermano, lo primero que me dice es: ¡Guau, qué coraje! Qué impresionante! Hasta yo pensé en acompañarlo, pero creo que no llego ni tres kilómetros", cuenta Mariana Savonitti. Se ríe de sí misma, pero reconoce que le preocupa lo que está por venir: cuando llegue a Centroamérica teme que el viaje se vuelva demasiado peligroso.
"De Juan Pablo admiro la fortaleza que tiene de correr y correr", relata Urbano Cardozo, 80 años, catamarqueño y asistente del viaje las primeras semanas. "Yo le preguntaba ¿de dónde sacas esa fuerza? Él me dijo que es como un vicio, que si no puede correr, se muere".
Cómo empezó a correr y el aventurero que lo cautivó
Ahora sí, las dos últimas casualidades que desencadenaron esta travesía; que lograron que Juan Pablo Savonitti abandonara una vida que lo tenía seis meses arriba de un lujoso crucero, para luego afincarse por dos meses en la ciudad europea que quisiera. De esa forma vivió en Roma, Udine, Londres, Moscú, Sierre (Suiza) y Sofía. Hasta que un día de julio de 2016 lo invitaron a una carrera a pie; sin preguntar demasiado, se entusiasmó mucho. La distancia era 100 kilómetros, faltaban dos días para la prueba, su única experiencia competitiva fueron 8 km en la Argentina hacía más de una década, y no lo dejaban inscribirse por lo próximo a la fecha de inicio. Nada de esto frenó a Juan Pablo. Mintió, dijo que era un corredor profesional, que se había preparado por meses para esa carrera y que un problema en el viaje lo había demorado. Así, un domingo del verano búlgaro, largó en Sofía a correr tras una meta ubicada a 100 kilómetros.
La segunda y última casualidad. Nueve meses más tarde de ese abrupto ingreso en el mundo de las ultradistancias, en una conferencia terminó sin querer -porque se confundió de charla...- sentado frente a Sean Conway, un aventurero zimbabuense de resistencia. Lo escuchó hablar de los desafíos, de lo corta que es la vida y lo largo que es el mundo. Ese fue el último giro del destino que faltaba. "Me fui de la sala con una gran sensación de libertad. Sentía que tenía que hacer solo, algo épico", recuerda Juan Pablo.
En esa épica soñó un viaje largo, solitario, lejos de las carreras multitudinarias y cerca de la locura. Pensó unir Ushuaia con la Quiaca. "Pero cuando vi que eran 6000 kilómetros me pareció poco", asegura Juan Pablo sin estridencias. Después de todo, era lo mismo que corría entrenando en casi medio año. "Y ahí de casualidad descubro la ruta Panamericana. ¡Y yo que pensaba que era la autopista que iba a Pilar!", admitiendo su desconocimiento sobre la ruta que transita toda América. "Mucha gente la había recorrido completa en distintos medios de locomoción, incluso George Meegan, un inglés al que le llevó 6 años caminarla toda y está en el Guinness. Pero nadie corriendo", explica Savonitti.
Y no lo pensó mucho más. Al menos no más alternativas. Tenía identificado el viaje, ahora tocaba pensar la manera de hacerlo realidad. Eran finales del 2017 cuando armó el proyecto y para ese entonces ya podía contar varias cosas de su vida...
A los 19 años había salido de Buenos Aires, su ciudad natal, rumbo a Europa a estudiar cine. En el Viejo Continente también fue camarero, peón de campo, empleado de Hewlett-Packard, estudió lenguas y culturas del mundo moderno y aprendió al detalle inglés, español, italiano, francés y portugués. "Y me defiendo bastante con ruso, alemán y búlgaro", agrega. Luego trabajó 8 años en un crucero como relacionista público. "Mi función era atender reclamos en todos los idiomas", sintetiza Juan Pablo. Por último, terminó en Sofía como técnico informático multilingüe.
La segunda parte del curriculum era la deportiva. Para entonces ya había largado carreras en Croacia, Grecia, Serbia, Italia, Argentina, Turquía, Macedonia y Canadá. Todas de más de 100 kilómetros, hasta 370, con 60.000 metros de desnivel acumulado en los Alpes italianos. Con este historial buscaría armar en Europa el equipo ideal para su travesía: cinco o seis personas de apoyo, un par de vehículos. "Así yo podría concentrarme sólo en correr", explica Juan Pablo. Aunque reconoce que "de todo eso, no conseguí nada".
Regresó de Europa para buscar en la Argentina por lo menos un equipo reducido. Aunque antes realizó escala en Canadá para la última competencia como test: los 500 kilómetros de la Yukon Arctic Ultra, con hasta 60 grados bajo cero en las montañas canadienses. "Hice 82 kilómetros y tuve que abandonar con gangrena en todos los dedos. Me los podían llegar a amputar", se lamenta. No fue el mejor test, pero ya debía poner rumbo hacia la Argentina. Era febrero de 2018 y el viaje tenía fecha de inicio el 1º de enero de 2019.
"En cada entrevista me decían lo mismo: que estaba loco", recuerda Savonitti. "Las marcas me respondían que 'no' o directamente no me contestaban. Le escribí al diario Clarín y me respondieron: ¿Sabés cuántos hay que anuncian que van a cruzar América y después no hacen nada, y mientras sacan publicidad con nosotros? Pero después, más allá de la plata o la prensa, descubrí que tampoco encontraba gente para acompañarme". Sin plata, ni compañía, faltaban unos meses para partir y lo único que Juan Pablo ya tenía asegurado era la convicción de hacer el viaje y el motivo: promover el lenguaje de señas.
"Te corrijo. A la comunidad sorda le molesta mucho que se diga lenguaje de señas. Es lengua de señas. Lenguaje es como denigrarlo. El lenguaje puede ser matemático, de programación, musical. En cambio, una lengua es un idioma, es parte de la identidad de un grupo de personas". Juan Pablo aprendió no sólo de sus padres, sino también de sus hermanas mayores. "Veo como un privilegio haber nacido bilingüe, al comunicarme con la comunidad parlante y con la sorda. Y lo loco es que al final terminé hablando 8 idiomas", explica.
En el hall de entrada del hotel Sheraton, nuevamente la casualidad entra en escena. Durante una charla de presentación, conoce a Urbano Cardozo, 80 años, catamarqueño, tonada fuerte y ritmo lento. Jubilado del Banco Nación, fue marinero de guerra y el '62 estuvo en el bloqueo de Cuba. Ahora estaba de pasada por Capital. Luego de un rato, Urbano le pide a Juan Pablo hablar solos, tiene algo que decirle. "Entiendo que estás necesitando compañía para tu viaje", va al grano Urbano. "Si te sirve mi servicio, yo lo puedo hacer". Hacía media hora desconocía no sólo el proyecto, sino la existencia de Savonitti. "Pero yo confío en la gente, vi que era un corredor, yo estoy solo, Blanca, mi señora falleció en el 2014 de cáncer", explica Cardozo, que ya había acompañado hacía unos años a otro corredor en una travesía por la Argentina. La idea original era asistirlo con su auto desde Ushuaia hasta la Quiaca y luego Juan Pablo seguiría solo. La realidad fue muy distinta.
El momento soñado
Llega el momento, se termina el año 2018 y en el fin del mundo está por iniciarse un viaje jamás hecho. Juan Pablo llega a Ushuaia un par de días antes para organizar la partida, anhelaba una pequeña caravana que lo despidiese de la ciudad más austral para remontar el continente. Quería iniciar el 2019 lleno de energía y marcó las 9 de la mañana como salida. " ¿Después de la noche de fin de año esperás que alguien se levante para despedirte?, me aclararon, así que lo pasé a las 11.30 para ver si aparecía alguien", recuerda Savonitti. Una de las que apareció fue Elba Morán: "Me gustó mucho la causa que promovía Juan Pablo, correr con él los primeros 25 kilómetros fue muy emotivo. Aunque acá en Ushuaia, como suele pasar, nos tocó nevisca y un frío bárbaro".
Elba no fue la única: también madrugaron algunos más, pero ella volvió a sumarse al segundo día, ya adentrándose en la isla de Tierra del Fuego. Luego sí, quedaron solos Juan Pablo, Urbano y la ruta 40. Veinte días más tarde, todo cambiaría.
"Me marcó mucho la soledad", reconoce Urbano. Las horas esperando a Juan Pablo correr se le hicieron muy largas. "Cuando llegamos a Puerto Natales (Chile), yo pensaba cómo decirle que no quería quedarme una semana ahí. No pude acompañarlo, era muy aburrido", relata Cardozo, pero también aclara que se separaron en los mejores términos. "Sabía que estaba complicado", afirma Savonitti sobre el momento en que quedó solo. "Mi familia pensaba que ahí se acababa el viaje, pero en unos días le encontré la forma. Ni se me pasó por la cabeza abandonar". La cuestión no era únicamente la soledad. Peor aún: lo acompañaban cinco valijas. "Así que me empecé a mover a dedo con las valijas y correr solo, con el equipaje esperando en la siguiente ciudad. O sea que corría cinco días y descansaba tres para mover los bártulos. Con el pasar de los meses fui aligerando las valijas", explica Juan Pablo.
La solidaridad a cada paso: cómo lo ayudan
El equipaje, la forma de viajar, todo fue cambiando a medida que corrían los kilómetros. "En la planificación original no había pensado nada de lo que encontré después", reconoce Juan Pablo y con eso se refiere a la forma de sostener el viaje. Proyectó ayuda de grandes empresas, difusión masiva, pero encontró una forma más directa para comer y conseguir una cama. "Llego a un restaurant o un bar y les cuento lo que estoy haciendo, les explico que no gano plata pero intento difundir una lengua que comunica a la gente. Y, casi siempre, paso a ser un invitado".
"También hay gente que me escribe por las redes sociales y me espera en su casa cuando llego a su ciudad", y cuenta como ejemplo: "En El Bolsón me levantó a dedo el dueño de una cabaña y me dio el hospedaje gratis". Corriendo cerca de Río Grande asegura que, "de la nada", apareció una señora con su marido, su hijo y un cartel: "Fuerza Juan Pablo, tu puedes". No fue más que un momento y luego no los vi más, "pero emocionó y fue un empujón muy lindo".
Para octubre del 2019 llegó a Catamarca y allí se reencontró con Urbano. "Ya llevaba diez meses corriendo pero lo vi mejor que cuando salió. Más fuerte, con mejor físico", explica Juan Pablo.
5600 kilómetros de suelo argentino marcó con sus zapatillas antes de cruzar la cordillera de los Andes por el Paso de Jama. Era 7 de diciembre y llegaba a los 4900 metros sobre el nivel de mar, donde el oxígeno que se respira es poco más que lo que se inhala en la costa. En resumen, cuesta hasta caminar. Pero más que eso, no lo dejaban caminar. En el cruce fronterizo, la gendarmería argentina y la policía de investigación chilena se pusieron de acuerdo: Savonitti no podría correr sin compañía, desde el Paso de Jama hasta San Pedro de Atacama, ya que en el medio solo encontraría 156 kilómetros de puro desierto.
Tuvo que llamar a un amigo de Tilcara para que lo acompañara en moto a través del desierto. Realizó los tramites de migración, solicitó una autorización especial para cruzar la frontera a pie (sólo se permite en vehículo) y le llevó cinco días. Pero atravesó la Reserva Nacional los Flamencos del lado chileno, que suena bonito pero es puro desierto. Apenas 1300 kilómetros más al trote y ya estaba el 7 de junio a punto de cruzar a Perú. Pero ese día, su viaje, y ese lugar del mundo, se detuvieron.
Las restricciones por la epidemia de coronavirus habían recorrido el planeta mucho más rápido que Juan Pablo América del Sur. Y su viaje quedó pausado en la ciudad chilena de Arica, listo para cruzar a Perú, cuando se reabran las fronteras. Pero lo que no avanzó en kilómetros los hizo en sus proyectos. "No soy profesor, ni intérprete de lenguas de señas, pero a través de charlas y conferencias fui difundiendo la causa", relata Savonitti. "Mi mayor deseo sería lograr incluir la lengua de señas como optativa en la educación pública. Sería estupendo para la comunidad sorda".
Una de las formas de difusión es a través de un documental o mini serie de la travesía. En este punto entró en escena Martín Jacovella. "Ya lo habíamos hablando antes del inicio de su viaje", recuerda Jacovella, "pero con el tiempo que generó la pandemia pudimos retomar el proyecto. La idea es contar pequeñas historias a lo largo del viaje y mi parte sería la dirección y el guión. Coproduciendo entre Niama Limist, Salvarte y Potra Films. Creemos que hay una gran historia ahí".
"Estamos muy entusiasmados con el documental", reconoce Juan Pablo. "Sería genial conseguir el apoyo de alguna empresa de telecomunicaciones o celulares para facilitar, y abaratar, la conexión". Hay una gran historia para contarse que espera en pausa continuar. Sus pasos aguardan por Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Honduras, Guatemala, México, USA, Canadá y, finalmente, Alaska.
Ya el sol se sumerge sobre el Océano Pacífico y se va llevando un día más en Arica. Juan Pablo ve el atardecer y mira hacia atrás: "Hay momentos que pienso que salí a correr hace más de un año y me parece increíble. pero luego veo todo lo que falta hasta Alaska y me doy cuenta de que aún no hice nada. No llegar sería un fracaso. Puede pasar, pero igual lo sentiría así".
Ya te habrán dicho que estás medio loco, ¿no?
Sí, la gente te ve como si vinieras de otro planeta. Pero, ¿la verdad? Yo no me veo como algo fuera de lo tradicional, sólo son decisiones que fui tomando.